diciembre 23, 2024

Oaxaca-8

Una ventana al mundo

El Zumbido el Moscardón

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El Zumbido el Moscardón

Francisco Alejandro Leyva Aguilar

Hace tres años se fue María Catalina Cruz Leyva, la segunda nieta de mis padres en un día como hoy, es decir, un día de luz… pero ¿qué es la luz por cierto?

Dice el tumbaburros que la luz es una onda electromagnética capaz de ser percibida por el ojo humano y cuya frecuencia determina su color; en otras palabras, la luz hace visible las cosas, en su ausencia, todo es oscuridad. La luz sirve de guía y afecta directamente a la visibilidad de las cosas, incluso la percepción del espacio en sí mismo y la atmósfera que encontramos. La luz afecta la forma, las distancias, los volúmenes de las cosas.

Caty se fue en un día de luz, en el día de la candelaria, exactamente 40 días después del nacimiento de Jesús Cristo en la fe cristiana que se cuentan a partir del 25 de diciembre y, como lo marca la fe Judía, María la madre de Cristo fue a presentarlo y a purificarse ante el Sanedrín, sin saber aquellos sacerdotes que ese niño era justamente la luz que iluminaría al mundo con un fulgor que 2024 años después sigue encendiendo pasiones.

Debo decir que yo no soy muy católico, ni creo en los simbolismos pero algo tiene de divino que Caty se haya ido a iluminar otros espacios y dimensiones y que su luz mortal, se haya apagado justamente en un día de la Candelaria.

¿Se apagó o se volvió perpetua?, eso, creo, depende de nosotros, su familia que aun la llevamos prendida como abrojo en el pecho, el alma, los ojos y los huesos, porque como quiera que sea, ella es parte de nuestra propia materia que ya se hizo energía. De alguna manera nos sigue iluminando.

Yo mismo no sabía qué escribir hoy y se me vino a la mente como un torrente de recuerdos, de anécdotas, de vivencias exquisitas, de ternura, amor, hermandad, cariño inmenso y desinteresado, de nostalgia y tristeza por su partida, de la certeza de que sigue entre nosotros, vigilándonos, cuidándonos y haciéndonos mejores seres humanos.

Se me vino a la mente como una cascada de alegría y, con solo cerrar mis ojos -¡vaya brillo de su luz!- puedo ver su rostro hermoso, su sonrisa franca, sus ojos color miel, sus labios delineados; puedo escucharla reír, hablar, cantar, gritar… llorar porque también, como toda alma sensible, lloraba.

Apagó su luz mortal, es decir el fulgor de sus ojos, pero encendió -y para siempre- la luz del alma que irradiará perenne e iluminará nuestra vida, la de los seres que amó o sigue amando y seguro servirá de faro para los que nos quedamos a la deriva en la turbulencia de este mar oscuro que es la vida.

Va a haber buen puerto para nosotros navegantes que contamos con ese faro, aunque las aguas no sean tranquilas y aunque por encima y por debajo haya arrecifes, fiordos y atolones que salvar. Si hay luz, podemos ver el horizonte.

Hoy terminan las fiestas de la Navidad justamente con la presentación de Jesús ante el templo de Jerusalén y recuerdo que a Caty le encantaba la navidad. Después de que María mi madre también se fue a integrarse al universo en un domingo de resurrección, Caty era la encargada de sacar, desempolvar y colocar cuidadosamente la representación del nacimiento navideño que invariablemente colocaba debajo de una frondosa bugambilia que hacía las veces de una cueva agreste, allá en la Finca San Francisco.

Ella desempolvaba los recuerdos, ella colocaba las series y ella… encendía la luz.

Hoy y siempre, seguirá brillando.

@leyvaguilar

Facebook: Francisco Alejandro Leyva Aguilar

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